miércoles, 29 de julio de 2015

Este no puede ser el mundo que Dios predestinó


1. Un marco constructivista para la doctrina de la predestinación 
2. Predestinación en la Biblia, Westminister y en el debate Barth-Brunner 
3. Dilemas contemporáneos sobre la predestinación 

Esta es la última entrega de un análisis constructivista sobre la doctrina de la predestinación. Pretende comprender el sustrato teológico de dicha doctrina, viéndola como un producto histórico engarzado en una red de intereses y compromisos. El objetivo no es deslegitimar la doctrina, sino darle un mejor uso, alejado de la discusión metafísica de la libertad humana (la cual se considera axiomática) y llegando a una perspectiva de esta doctrina que busque generar compromisos de responsabilidad por el bien del mundo.

La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza nos ha enseñado un modo heurístico de interpretación bíblica y doctrinal con un método retórico político, el cual puede ser útil para una resemantización de la doctrina reformada de la predestinación. En primer lugar Schüssler refiere que dentro de las sociedades patriarcales occidentales, “La Biblia como legitimador de fines totalitarios”[xxi] es una constante en nuestros días debido a que se pasa por alto que no existen interpretaciones carentes de intereses.

El significado está siempre construido políticamente, en la misma medida en que la interpretación se sitúa en la red social de las relaciones de poder y conocimiento que conforman la sociedad.[xxii]
Siguiendo a Schüssler,  un módelo retórico y crítico, el cual vería a la interpretación como un, “proceso de lectura y reconstrucción y, al mismo tiempo, como práctica de resistencia y transformación”.[xxiii], puede  permitir reconstruir la doctrina de la predestinación. No se pretende tal hazaña en este espacio, sin embargo no podemos vencer la tentación de presentar una propuesta para reinterpretar esta doctrina a la luz tanto de su presentación y debates doctrinales como del uso sociopolítico que se le ha dado. Reconozco desde ahora y de buena gana que dicha propuesta persigue un interés, es decir no es inocente.

Tomando en cuenta la forma canónica de la doctrina expresada claramente en la Confesión de Fe de Westminster, la predestinación habla de alteridad: dos grupos, los elegidos y los réprobos. Esta distinción no debe ser entendida exclusivamente desde la soteriología, sino bajo el entendimiento de que la iglesia cristiana debe convivir con no-cristianos todo el tiempo. No es posible ir contra las Sagradas Escrituras y legitimar proyectos o políticas colonizadoras que tengan por finalidad “cristianizar” a todo el mundo, cuando esto no es lo querido por Dios quien siempre le dice a su pueblo que aunque el heveo, el jebuseo y el arameo hayan desaparecido de la tierra, siempre tendrán que convivir con el filisteo, el persa, el romano, el árabe, el mapuche, el nuer, el mije, etc.



Por esto celebro que Barth haya permitido que la predestinación sea entendida sin la inseguridad de la salvación, y reconociendo que no es la religión, la institución o la forma de gobierno o las campañas evangelísticas las que permiten al hombre la salvación, sino sólo Jesucristo que ha sido elegido por Dios para la redención del mundo. De igual modo, la predestinación entendida como el buen plan de Dios para el mundo no puede sostenerse dentro de los inequitativos, opresores y avasallantes régimenes mundiales. La predestinación sería una burla si nos dejará tranquilos ante las evidentes injusticias y malestares sociales. 

La doctrina de la predestinación no debe orillarnos al repliegue público ni a la resignación existencial. La predestinación implica que Dios tiene algo bueno para el mundo, y si en el mundo esto no está ocurriendo significa que, por razones que no nos incumben, no se ha cumplido tal propósito. El paso siguiente es reparar que los cristianos deseamos que el buen Plan de Dios se ejecute, por lo que ahí se predestina nuestro querer el cual debe movilizarnos a tomar posturas de amor, equidad, fraternidad y justicia. La doctrina de la predestinación nos lleva a tomar posicionamientos éticos en favor de un mundo mejor, un mundo predestinado para que resplandezca la gloria de Dios. 

De este modo, el creyente en la predestinación (y aquí problematizamos con Barth) no es pasivo, sino que de cara al imperfecto mundo en el que vive debe articular discursos y acciones liberadoras, transformadoras que permitan escuchar a sus congéneres humanos:

“Este no puede ser el mundo que Dios predestino, ¡transformémoslo! 


[xxi] SCHÜSSLER FIORENZA, Elisabeth, Pero ella dijo Prácticas feministas de la interpretación bíblica, Madrid, Editorial Trotta, 1996, pág. 17.
[xxii] Idem., pág. 18.
[xxiii] Idem., pp. 62-63.

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